miércoles, 16 de febrero de 2011

7


Eran más de las ocho. Joder. Ya llegaba cuarenta minutos tarde la tía. Tendría que haberle hecho caso a quien yo sabía. Estaba cansado de dar vueltas de un lado para otro así que me apoyé en el coche que tenía enfrente, mirando hacia las puertas del cine. Nada. Ni de coña llegábamos a la sesión. Fijé la vista en un grupo de quinceañeras que esperaban frente al cine. Supuse que eran quinceañeras por cómo se comportaban, porque si me hubiese fijado en cómo iban vestidas, habría pensado que eran señortias de la calle. Si es que los padres las visten como putas, pensé. Cuando observaba los saltitos que daba una rubia entre sus amigas, oí que me chistaban. Incliné la cabeza ligeramente hacia quien me llamaba. Ahí estaba ella al fin. Me sentía orgulloso. Había hecho un buen fichaje: Pelirroja, diecinueve años, cañón. Lo cierto es que no sabía nada más de ella. Ni siquiera me había dado su número de teléfono. Espera. Ni siquiera sabía su nombre. Al fin y al cabo, daba igual.

-Llegas tardísimo- Le espeto en cuanto se me acerca.

-Que llego tarde quiere decir que le he dedicado tiempo a elegir mi ropa. No como tú, a la vista está. Quizá tú también deberías haber llegado tarde- ¡Zas! Venía pisando fuerte. La miré de arriba abajo. Tenía razón. Me encantaba cómo le quedaba esa camiseta morada de tirantes, dos tallas más grandes que la negra que llevaba debajo. Me gustaban demasiado esos leggings grises y cómo le combinaban con esas botas negras sin tacón- O te mueves o no nos dejan entrar a la siguiente sesión- Joder. Qué borde era. Con mucho carácter, con dos cojones. Me gustaba. Me gustaba mucho su personalidad, casi tanto como sus ojos. Llevaba demasiado negro y unas pestañas exageradas, pero seguían siendo muy bonitos. Había dejado el resto de su cara libre de maquillaje, de forma que podían verse las miles de pecas que le daban ese toque dulce a esa cara de perro que me estaba poniendo. Incluso cabreada estaba muy guapa. Tenía ganas de jugar con el aro morado de su labio.

-Tú primero- Le señalé el camino hacia las taquillas. Ella se giró dándome la oportunidad de mirar su impresionante culo.

-Deja de mirarme el culo y compra las entradas- Me dijo sin girarse. Se puso a hacer cola detrás de las niñatas de quince años. Me separé del coche y despegué los ojos de su cuerpo.

-Dos entradas para la sesión de las ocho y cuarto. En la última fila- El taquillero lleno de granos me dedicó una sonrisa burlona mientras me pedía el dinero. Qué asco de tío. Le solté quince pavos y dejé que se quedara con el cambio.

Me guardé la cartera en el bolsillo del pantalón. La pelirroja estaba con un pie dentro del cine, mirándome impaciente. Tiene hambre, pensé picaronamente. Efectivamente, así era. En cuanto estuvimos dentro, me ordenó, y digo me ordenó porque eso es literalmente lo que hizo, que comprara el menú de palomitas grandes y dos bebidas medianas. En lo que yo me hacía con la comida, ella se marchó al baño.

Ahí estaba yo, como un pasmarote, sujetando con la barbilla y con los refrescos las palomitas. Ella arrastró con pereza sus pies por la moqueta azul, ahuecándose el pelo con una mano mientras con la otra se colocaba el piercing del labio. Pasó por mi lado robando algunas palomitas, sin ayudarme a llevar nada. Tampoco me sujetó la puerta para entra a la sala. Simplemente se encaminó a la última fila, sin comprobar qué butaca teníamos. Subió los escalones de dos en dos y se colocó en una esquina. Por suerte para mí, no había mucha gente en la sala a excepción de las niñatas de la entrada, pero estaban demasiado lejos como para molestarnos. Me senté a su lado y le entregué su refresco. Ella absorbió por la pajita un largo trago sin quitarme los ojos de encima. Cuando terminó, me preguntó cómo me llamaba.

-Julio- Ella me miró esperando que yo la preguntara lo mismo, peor no obtuvo respuesta. Al pasar de ella, pude notar por el rabillo del ojo cómo retorcía la pajita intentando estrangularla. No me dedicó ninguna mirada más y se concentró en la pantalla.

Las luces se apagaron y comenzaron los anuncios. Pensé que más me valía currármela o tendría que tragarme la pastelada romántica que habíamos ido a ver. Dejé pasar los cinco minutos de cortesía y me giré hacia ella. Posé una mano en su pierna izquierda, que tenía cruzada por encima de la derecha, y la acaricié suavemente, al mismo tiempo que me acercaba a su cara. Ella continuaba con los ojos clavados en la película. Tan sólo cuando estuve a escasos centímetros de sus labios, se movió; se aproximó a mí, casi rozándome los labios y extendió el brazo para coger mi refresco. Yo estaba salivando mirando sus labios cuando ella me puso la pajita en la boca. Sin quitarle ojo, pegué un trago y me recosté en mi butaca, retirando mi mano de su pierna.

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