domingo, 27 de noviembre de 2011

Días de risa, días de llanto

Sufro una bipolaridad llevada a extremo, tan profunda y problemática que me permite hablar con el reflejo que se pasea impaciente al otro lado del espejo. Dos opuestos, el grisáceo invierno y el coloreado verano, algo así como el calor de las sábanas y el frío de un suelo descalzo, o simplemente la alegría que de forma inevitable sucumbe a la tristeza.

Dos variables causantes de dos estados: el perfecto optimismo que comienza sus días saltando de la cama con el pie derecho, sonríe a la mañana brillante y arrastra al tiempo consigo. Días de innegable tranquilidad, de una paz que me resulta familiar. Cuando soy capaz de vencer el peso de mis pestañas, de despegar mis ojos dormidos y mirar más allá de mis pisadas, por encima de mi cabeza. Observo el lugar al que quiero llegar, dibujo en mi mente el camino que hasta él me llevará y, con suma delicadeza, curvo mis labios en una sonrisa sin destinatario, que está dedicada sólo a mi misma. Brindo con el agua de lluvia que empapa las hojas que nunca termino de escribir en el banco de aquél parque abandonado. Así, me acerco tímidamente a algo parecido a la felicidad, cuando todo el mundo me mira pero nadie me ve. Con paciencia y esfuerzo intento guardar pedacitos de horas, minutos sueltos, y algún que otro momento tambalenate de mi memoria, para crear un nuevo álbum al que pueda titular mi "nuevo pasado".

Pero no hay forma de escapar de la otra variable, del enemigo del optimismo. Las cadenas que los unen tienen la misma consistencia que la fugacidad del tiempo, y me encarcelan dentro de cientos de días grises, carentes de luz, en los que me muevo a tientas, palpando con mis manos todos mis errores, saboreando mis equivocaciones. Los segundos acumulan horas y las horas me llevan rápido a los años. No hay ideas que cabalguen hacia mi rescate de esa torre construida con golpes del pasado. Todo el mundo está conmigo, mas yo estoy más sola que nunca, golpeando con mis manos el techo de una realidad que detesto y que me reclama día tras día. Las sábanas enfrían mi coraje y alimentan los miedos que tanto tiempo llevo arrastrando, y no hay sonrisa capaz de alejarlos, como no hay persona capaz de entenderlos.