martes, 27 de diciembre de 2011

Mis mariposas no saben actuar

Mientras hundía mis pies en esa anaranjada montaña de hojarasca seca, que se extendía cual alfombra roja bajo los flashes de la ciudad, mi cabeza hablaba y hablaba sin tregua, exigiéndome respuestas que yo no sabía ni dónde buscar. Me preguntaba porqué me parecía rozar la humedad de la primavera, cuando de mis labios se escapaba el frío del invierno. Yo pensaba una posible respuesta: Tal vez sean las mariposas las que me hagan creer que es tiempo de que los árboles florezcan, me repetía a mi misma. Pero todo el mundo sabe que si las mariposas despertasen en invierno, el polvo de sus alas se congelaría como lo hace la punta de mi nariz. Qué ingenua soy, pensé en voz alta, pues sabía perfectamente a qué clase de mariposas me refería. Tanto es así, que no es que pueda afirmar haber contemplado su dulce aleteo con mis propios ojos, sino que lo he sentido en mi interior y, con tanta fuerza, que con sólo recordar la brisa que su vuelo provoca, mi vista se nubla, mis rodillas tiemblan y tengo que sentarme en el mismo lugar en el que me halle. ¿Y por qué aparecen todas ellas? ¿Por qué es a mí a quien escogen para su perfecto baile? Rápida, exigente, la curiosidad acudió a mi distraída mente, intentando apartar mi atención de las manecillas del reloj, que coqueteaban tímidamente con los números de mi muñeca. Antes de que éstas pudieran dar una última vuelta, las mariposas volvieron a salir al escenario en el momento en que tus labios se fundieron con los míos, haciéndome olvidar que era eso del frío.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Cantando bajo una lluvia de ideas

¡Ni que agarrar con fuerza un puñado de hojas vacías fuera el remedio para la vuelta de las ideas que, con el viento, me sacuden y abandonan, en su vaivén frenético, a lo largo de todo un día! Tampoco lo es apretar con fuerza el bolígrafo entre mis labios, mientras rebusco en mis bolsillos la historia que hace escasos segundos quería contar, y que ha traicionado de nuevo a mi humilde y desgastada memoria, llevándose todo el ingenio que hacía eco dentro de ella. Algunos considerarían pecado perder las luces que guían a una persona perdida, iluminando el camino que la lleva a conocerse a sí misma. Sin embargo, yo apuesto por las sorpresas; que sean los demás quienes me conozcan, que yo, bastante carga tengo ya con anotar todas mis ideas.

Soy una consumista, una derrochadora materialista que apuesta por el capitalismo de la marea blanca que es sacudida por una lluvia de tinta. Más dañinos que el granizo, se precipitan las palabras atropelladamente sobre el papel cuando el silencio llama. La inspiración es recelosa, y sólo acude a mi dulce canto cuando la soledad apremia. Desmereciendo la noche o el día, ella es la única que da cabida a mi disparatada imaginación.

Siento la imperante obligación de cumplir con el deber de valorar los frutos de mi destartalada creatividad; la obligación de cantar bajo la lluvia de ideas que me acosan sin piedad, a la espera de un garabato que las dé forma. Rellenar los huecos del papel, superar el temor a perder el interés, es un reto para los amantes de los bolígrafos, para los aficionados de las palabras como yo.

martes, 13 de diciembre de 2011

Besos con sal y limón

¿Ves esos ojos almendrados que se difuminan a través del vidrio que están contemplando asombrados? La luz que se refleja en la fría superficie de la botella que trata de calentar, sosteniéndola con sus pequeñas manos encogidas dentro de un par de guantes deshilachados, esa luz anaranjada que emana de la docena de velas que tímidamente adormecen el ambiente, colorea el brillo de sus ojos, aportándole una tonalidad acaramelada que endulza aún más su mirada. Espesas, oscuras y juguetonas, sus pestañas coquetean indirectamente con él, que recostado en el sofá frente a ella, espera impaciente un beso que calme su sed y apacigüe su hambre. Sin embargo, ella, embriagada aún por el contenido de esa botella, por ese agua tan fuerte que marea, enreda sus helados pies con el ardiente cuerpo de él, y así mantiene la distancia entre dos cuerpos que se llaman y que se contemplan en silencio. Con un movimiento suave y lento, tan lento que es atormenta al tiempo, ella le libera de la presión de su camiseta y se abraza a su cuerpo una vez más, buscando esa sensación  de seguridad, como la calidez de las sábanas en los meses de verano. Comparte sus labios con su cuello. Él suspira, cierra los ojos, y se deja llevar por una sensación que le estremece; siente la arena de playa deslizarse por su cuello y por su boca, esa boca que ella tanto ansía y que ha humedecido con la punta de su lengua, pero no es arena lo que descansa sobre su piel, sino la sal sobre la que ambos dibujan figuras con las yemas de sus dedos. Entonces, antes de que se derrame la última gota de tequila, él la abraza y la besa como nadie antes lo hizo.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Cuentos para no dormir

Érase una vez un reino acristalado, cuyas altas torres reflejaban el frenético ritmo de los carruajes que por las vías asfaltadas transitaban. En esa ciudad sin nombre, donde siempre llovía, nació una princesa de sangre plebeya. La princesa pronto abandonó su pequeño cuerpo infantil para mudarse a las curvas de la edad adulta. Tal era su belleza que, por ella, los príncipes en rana se convertían. En consecuencia, la envidia de las mujeres de la corte acabó por desterrarla. La princesa huyó, corrió entre las feroces torres del reino, se escondió tras el humo de los carruajes y abandonó todo cuanto poseía. En su terrible huida, sus pies perdieron los pequeños zapatitos que la protegían del frío invernal que lentamente iba adormeciendo a la ciudad, mas quiso la suerte o, por ende, el destino, que uno de esos preciosos zapatos cayera en manos de un militante de la Guardia Real. El soldado, prendado por la sensualidad de aquél tacón, la buscó sin cesar, desde la muerte del alba hasta el fin del anochecer. En su mente cobraba vida la imagen de la princesa con tal nitidez que en ocasiones, fruto de los delirios oníricos que le atacaban en el terror de la noche, conversaba con ella sobre las banalidades de ése mundo que día tras día iba apagándose.

Fueron muchos los años que la princesa atravesó corriendo, sin mover un sólo músculo de su entumecido cuerpo. Durante su eterno exilio quemó todos los cuentos y todas las fábulas que encontraba a su paso, segura de que así abriría los ojos a aquellos que serían el futuro de la ciudad. Su mirada ausente, perdida en el fluir del fuego que prendía sus viejas esperanzas, se sobresaltó cuando frente a ella apareció un noble caballero, que tras una lánguida sonrisa, escondía un zapatito que ella de inmediato reconoció. Bajo un manto de polvo se camuflaban las condecoraciones de ese traje negro, roído por el uso o, más bien, por el desuso, pues el soldado lo había abandonado todo para encontrar a la mujer que tenía frente a él. Como una estrella fugaz, el miedo a perder lo que tantos años llevaba buscando, atravesó el hueco izquierdo de su pecho. Las palabras colmadas de amor que tantas veces había ensayado para regalárselas a la joven, se transformaron en insultos, en blasfemias dirigidas a la larga espera a la que se había visto obligado a enfrentarse. La locura de aquél soldado envejecido se hizo tan fuerte que desplegó sus cadenas para atar a la bella princesa, mas las apretó con tanta fuerza alrededor de su suave cuello, que antes de que pudiera entenderlo, el cuerpo de la princesa se desmayó y su alma se perdió entre las sombras de una vida que jamás le perteneció.