martes, 13 de diciembre de 2011

Besos con sal y limón

¿Ves esos ojos almendrados que se difuminan a través del vidrio que están contemplando asombrados? La luz que se refleja en la fría superficie de la botella que trata de calentar, sosteniéndola con sus pequeñas manos encogidas dentro de un par de guantes deshilachados, esa luz anaranjada que emana de la docena de velas que tímidamente adormecen el ambiente, colorea el brillo de sus ojos, aportándole una tonalidad acaramelada que endulza aún más su mirada. Espesas, oscuras y juguetonas, sus pestañas coquetean indirectamente con él, que recostado en el sofá frente a ella, espera impaciente un beso que calme su sed y apacigüe su hambre. Sin embargo, ella, embriagada aún por el contenido de esa botella, por ese agua tan fuerte que marea, enreda sus helados pies con el ardiente cuerpo de él, y así mantiene la distancia entre dos cuerpos que se llaman y que se contemplan en silencio. Con un movimiento suave y lento, tan lento que es atormenta al tiempo, ella le libera de la presión de su camiseta y se abraza a su cuerpo una vez más, buscando esa sensación  de seguridad, como la calidez de las sábanas en los meses de verano. Comparte sus labios con su cuello. Él suspira, cierra los ojos, y se deja llevar por una sensación que le estremece; siente la arena de playa deslizarse por su cuello y por su boca, esa boca que ella tanto ansía y que ha humedecido con la punta de su lengua, pero no es arena lo que descansa sobre su piel, sino la sal sobre la que ambos dibujan figuras con las yemas de sus dedos. Entonces, antes de que se derrame la última gota de tequila, él la abraza y la besa como nadie antes lo hizo.

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