domingo, 26 de agosto de 2012

A veces, ocurre

Segundo a segundo la vida se descuenta, se escapa. Huye rodando por la carretera, burlándose de sus dueños, efímera como el calor de una llama. En su carrera hacia el final nos exige recuerdos, hazañas, aventuras, pero también errores y equivocaciones. Así es como trazamos el mapa en el que debe buscar su tesoro; se aprende los caminos cortados, memoriza los atajos y, cuanto más avanza, más rápido se desvanece.

Durante muchos años camina sin detenerse ni un sólo segundo, y sólo echa la vista atrás para repasar las huellas que le han llevado hasta donde está. Esta rutina se entrelaza con la monotonía del tiempo, y los surcos en la arena se convierten en arrugas imborrables. Sin embargo, a veces ocurre un cruce de caminos: ése instante en el que dos vidas se chocan levantando una densa polvareda. Se desorientan, están confusas y alteradas. Dura sólo un instante, los segundos que se mantienen la mirada. Por primera vez, el tiempo se detiene. Las luces de la carretera iluminan la oscuridad de la noche, y dibujan un sendero que nunca antes habían visto.  No se hacen preguntas de las que ya saben la respuesta. Entrelazan sus dedos y caminan juntas por ese sendero hasta el fin de sus días.

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