El cielo, teñido por un manto gris, anunció su veredicto, pero ni él ni ella le escucharon. Las gotas comenzaron a contarse por segundos y, después, por milésimas de segundos, hasta que el agua deshizo el tiempo y la tormenta se les echó encima. Todos huyeron del orgullo mojado, aunque para ellos nadie se movió, porque siempre estaban solos.
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