miércoles, 30 de octubre de 2013

El Grinch

Hace no mucho, apenas un par de años, bien podrían -y, de hecho, seguro que alguien lo hizo-, haberme definido como la versión femenina del Grinch, y no sólo por mi rechazo a la Navidad, sino por mi total y absoluta repudia a todas las convenciones sociales y fiestas consumistas, producto de las ambiciones de un puñado de hombres de negocios.

San Valentín, por ejemplo, estaba en mi lista de días negros y, por suerte o por desgracia, lo sigue estando. ¿Quién demonios se cree Cupido que es para decir qué día tenemos que regalarle chorradas al novio o la novia, en caso de que lo tengamos? Tan absurdo es celebrar el día de los enamorados como mantener una relación con una persona a la que sólo amaste un día y, encima, fue porque te lo dijeron. 

Por un momento, me pongo en la piel de Hitch y te aconsejo que, si quieres a alguien, no te esperes a que el maldito Corte Inglés instale la Navidad en tu ciudad; a que sea su no sé cuántos cumpleaños o al dichoso 14 de febrero. Tampoco te plantees esperar a su santo. Olvídate del calendario y dile lo que sientes de inmediato.

PD: las palabras también cuentan, y más cuando están bien dichas. No hace falta arrastrarse hasta Uno de Cincuenta para meter una mariconada carísima en una caja del chino.

martes, 29 de octubre de 2013

Recién casada

Los últimos rayos de Sol se cernían sobre la pálida arena de la playa y sus pisadas se hundían en ella dibujando diminutas dudas. Caminaba sin rumbo, serpenteando entre las altas palmeras, escondiéndose bajo las puntiagudas sombras de mi mirada curiosa. Le llamé varias veces, pero ninguna obtuve respuesta. Se limitó a sonreír y hacerme gestos para que le siguiera. Cuando le alcancé, agarró mi mano firmemente y me susurró al oído un secreto ininteligible que se guardó bajo llave la playa. Dos pasos después, me encontré bailando sobre la suave espuma que la noche bañaba con gusto. Una melodía compuesta por los recuerdos sonaba bajita, casi imperceptible, en nuestras cabezas.

A la mañana siguiente, me despertó con vagas lagunas merodeando a mi alrededor sobre los almohadones de la cama. Mis manos jugueteaban suavemente con el anillo que rodeaba mi dedo anular, mientras mi cabeza y mis labios adormecidos se deleitaban con los besos de mi recién estrenado marido. 

lunes, 28 de octubre de 2013

Libros para cenar

La cocina de la escritura es una obra de Daniel Cassany, cuya función es servir de soporte a todos aquellos que precisen ayuda para realizar un buen escrito y mejorar su redacción. Fue publicada en Barcelona en 1993 por la Editorial Empúries, con el título La cuina de l’escriptura. Este manual recoge en sus 255 páginas tanto los problemas como las soluciones para corregir los defectos de la escritura. Sus consejos se extienden a todos los ámbitos que precisan hacer de la escritura su forma de expresión. Así, encontramos correcciones para todo tipo de textos; desde una redacción escolar hasta una sentencia jurídica. 

El autor de este manual didáctico se sirve de todas las herramientas disponibles para analizar, en primer lugar, los vicios y defectos de la escritura para después encontrar las soluciones ajustadas a cada problema. No se limita en exclusiva a corregir las manías que se reflejan en una hoja en blanco, sino que además tipifica los pasos que todo escritor y escritora deben seguir al realizar un proceso tan artístico, imaginativo, creativo y extremadamente complicado como es la escritura. Es decir, sintetiza en un mismo libro todos los pasos que sigue el proceso de escribir, utilizando infinidad de recursos, manuales de estilo, ejemplos y ejercicios para introducir al lector en ese mundo caótico repleto de palabras que tratan de encontrar su lugar en una hoja en blanco. 

Daniel Cassany distribuye de forma equilibrada los contenidos de su obra en 16 capítulos, además del prólogo y el epílogo que abren y cierran el telón de su exposición. Cada capítulo se compone de diversos apartados que introducen de manera progresiva al lector en el objetivo del autor: la mejora y corrección del estilo, además de la preocupación por el contenido. El tema de toda la obra en su conjunto, y de los capítulos en concreto, se relaciona constantemente con alusiones a apartados que ya fueron descritos, o con referencias a contenidos que se explicarán con posterioridad. Es decir, a lo largo de toda la obra encontramos constantes marcaciones que nos sitúan en el desarrollo del manual, de tal forma que nos permiten recorrer éste dando saltos de una parte a otra, sin necesidad de realizar una lectura lineal. Sin embargo, si en lugar de tratarlo como un manual, lo utilizamos como un libro, realizando una lectura palabra por palabra, esto es, si nos dejamos llevar por una lectura relajada y receptiva, encontraremos que la redacción de esta obra es un símil con la construcción de nosotros mismos como escritores. Esto significa que el libro es una metáfora de nuestro desarrollo como escritores y escritoras, desde que somos un torbellino de ideas garabateadas sin sentido en un pedazo de papel, hasta que éstas se relacionan, interaccionan y cobran sentido una vez que estamos preparados para organizarlas y utilizarlas para expresarnos. Todo ello se consigue con práctica, trabajo y reflexión, y este manual nos proporciona los ejercicios para profundizar en nuestras carencias para poder corregirlas y reescribirnos a nosotros mismos.

No importa cuál sea la naturaleza de nuestro escrito, pues el autor no se olvida de los textos científicos, jurídicos, periodísticos, administrativos, artísticos, o incluso las simples anotaciones personales. Obvia decir que la adecuada constitución de los párrafos o la especial atención que requiere la sintaxis, la coherencia y la cohesión, son elementos cruciales en la composición de cada texto, y por ello encuentran un lugar adecuado en esta obra, junto con ámbitos tan dispares, pero estrechamente ligados, como puedan ser la puntuación y la oratoria. Unas pinceladas de escritura histórica, instrumentos y razones para escribir, exposición de ideas, técnicas de redacción, estructura del texto, defectos del escrito, reglas de expresión, análisis de escritos, puntuación, nivel de formalidad textual, oratoria, textos en imágenes, revisiones, y ejercicios y ejemplos son los instrumentos que guían los pasos que sigue esta obra para explicar de forma clara, sencilla, precisa y didáctica el proceso de escritura. 

En definitiva, La Cocina de la Escritura es un manual práctico, manejable, ligero y sencillo que cumple con creces el objetivo de su autor. Sobresale la facilidad con la que Cassany emplea los ejemplos dentro del propio texto; juega con las palabras, construye metáforas, cambia el tono, redefine la función y concluye cada apartado con una precisión envidiable. A menudo cierra los apartados preguntando al lector si ha comprendido la esencia de esa última explicación, obligándole a retroceder, en ciertas ocasiones, para tomar consciencia de la gracia con la que sutilmente ha sido engañado. La gran variedad de recursos empleados animan a los aprendices a concentrar su atención en las carencias de su prosa, mientras que los escritores más profesionales se sienten retados a reescribir sus textos, en busca de esa codiciada perfección. Cassany es capaz de transformar una marea de palabras en una retahíla de consejos dotados de utilidad.

Sin embargo, ciertos apartados del libro pierden esa rapidez y agilidad de la que presume la obra en su conjunto. Esto sucede cuando encontramos una larga procesión de ejemplos, en especial al explicar los defectos de la redacción (solecismos, cacofonías, reglas para escoger palabras, etc.). Mientras que la intención del autor es justificar sus explicaciones ayudándose de los ejemplos, con vistas a una mejor comprensión por parte del lector, éste acaba por sumirse a la monotonía de una lectura carente de variaciones; necesita una formulación retórica o un cambio de registro para reubicarse en la parte del escrito en la que se han perdido sus ojos y así recuperar esa atención que había perdido.

En conclusión, La cocina de la escritura es un manual práctico que goza de una increíble utilidad para tanto escritores profesionales como para sus pupilos. No nos ofrece una lectura profunda que nos impida despegar nuestros ojos de sus hojas, sino un soporte básico que resuelva las dudas estilísticas que nos ataquen cuando entre nuestros dedos sostengamos una pluma y nos encontremos ante una amenazante hoja en blanco esperando a ser atendida por nuestros pensamientos.




domingo, 27 de octubre de 2013

Periodismo imposible

"La destitución. Historia de un periodismo imposible" (2010), titula el periodista bilbaíno que corona este artículo. Una obra que, en 176 páginas, incita a la reflexión sobre la deprimente situación actual en la que se encuentra el periodismo español en particular, aunque bien sabemos que la crisis mediática se ha expandido, por ese fenómeno al que los expertos han denominado globalización, hasta el último diario del planeta. José Antonio Zarzalejos nos obliga, como decía, a reconsiderar la desaparición de los principios éticos, morales y periodísticos que regulaban la profesión, con la consecuente reconfiguración de un “periodismo imposible”. Los poderes políticos han desarrollado una extraordinaria capacidad para subvertir los Códigos Deontológicos de los medios de comunicación. Sin embargo, los actores políticos no actúan en solitario, sino que aúnan fuerzas con otros sectores emergentes del Sistema Rector, tales como las instituciones, las empresas privadas, las entidades financieras o las agencias publicitarias, en detrimento de los derechos de los ciudadanos, simples marionetas del escenario mediático. 

El libro de Zarzalejos constituye, por tanto, una crítica a las relaciones actuales entre la prensa y el poder, basada en el propio ejemplo del autor. Como recoge la Editorial Península, “este relato constituye un alegato de carácter moral que reivindica la solvencia y la dignidad del oficio periodístico”, que se ve condicionado desde hace años por agentes externos a la profesión que no sólo escogen a dedo a los directores de los medios, sino que además pre-configuran las noticias de la agenda. Es decir, los contenidos introducidos en la agenda por iniciativa propia del medio se reducen a un 7,5% (datos del 2008),  frente a un abrumador 92,5% configurado por la agenda política, institucional y económica. Por otro lado, la mayoría de los directores de medios de comunicación afirmaron (90%), en una encuesta realizada en el año 2004, que habían recibido presiones por parte de agentes externos. Dichas presiones se radicalizan cuando los dirigentes políticos son capaces de destituir a uno de esos directores con una simple llamada. Eso es lo que denuncia Zarzalejos, exdirector del diario ABC (2005-2008), que fue sustituido por Ángel Expósito (2008-2010), cuando la ex presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, se percató del cambio en la línea editorial del periódico, más próximo a la política de Alberto Ruiz Gallardón. Las discrepancias entre estos dos gobernantes llevaron a Aguirre a ordenar a Isabel Gallego (responsable de relaciones de los medios de comunicación con la capital) la destitución del periodista bilbaíno.

El ejemplo de Zarzalejo es una gota más que añadir al vaso. Las relaciones entre la prensa y el poder son completamente corruptas, pero no sólo en España. Sabemos de buena tinta el doble juego de intereses que envuelve a medios y poderes políticos, como en el caso del magnate Rupert Murdoch, cuyos “affaires” con Thatcher, Blair o Cameron son bien conocidos. Por otro lado, la decadencia del actual sistema de medios, con frágiles estructuras empresariales, pérdidas que se cuentan por millones y la mercantilización salvaje de éstos han hecho que se conviertan en empresas dependientes las unas de las otras. En consecuencia, el periodismo ofrece productos vendidos al mejor postor, expuestos en los escaparates que ahora representan los medios de comunicación. Por desgracia, los consumidores se han acostumbrado a esta configuración de los roles del espacio mediático, en donde unos agentes se pelean con otros por conseguir el mejor pedazo del pastel o, en su defecto, el medio más fiel. 

jueves, 24 de octubre de 2013

Good night, and good luck

Las palabras del periodista Edward R. Murrow lanzaron sus críticas contra el sistema mediático que se cernía sobre la sociedad americana, indefensa frente a los dardos televisivos lanzados al centro de la diana. El discurso de Murrow censuró el tejido industrial de los mass media, en especial de la caja ante la que cada día los consumidores, que no ciudadanos, se postraban para rezar sus discursos ideológicos. La televisión consiguió más que ningún otro medio el embebecimiento de los espectadores. Poseía una habilidad hipnotizadora, que sumía a los consumidores mediáticos en un balanceo de distracción, diversión, engaño –en palabras de Murrow- y así sucesivamente, siguiendo un ritmo melódico y armonioso regulado por las sintonías de cada programa televisivo. Aún hoy, la televisión ejerce ese mágico poder sobre la masa de consumidores, incluso lo ha desarrollado estrechando sus alianzas con medios como la publicidad, cuyo lenguaje viperino encauza los deseos de los consumidores hasta convertirlos en necesidades. Puede que más allá de los esfuerzos de la televisión por controlar su dominio sobre los espectadores, sean éstos quienes no habrían sofocado las preocupaciones de Murrow por transformar los consumidores objeto en ciudadanos sujeto. Por ende, el imperialismo televisivo continúa expandiendo los territorios que comenzó a conquistar en la industria cultural.

La televisión se ha consolidado frente a otros medios estancados o en decadencia, como la prensa o la radio. Se ayuda de nuevas herramientas que adornan su fachada desgastada por el paso del tiempo –y del buen periodismo, que se ha ido alejando para dejar paso al amarillismo y al show informativo del prime time- como Internet, en donde amplían sus fronteras coronándolas con las etiquetas de interactividad, hipertextualidad y multimedialidad. Simples florituras que tratan de suplir las cadencias de su rigor informativo. La excepción de la regla se confirma en las televisiones públicas, que cuentan con un mayor grado de independencia frente a las privadas, sometidas a las exigencias publicitarias y a corrientes ideológicas que marcan las decisiones editoriales. En cualquier caso, la “independencia” de un medio de comunicación es un término sustentado por alfileres cuyos límites están delimitados por una línea de puntos.

Por otro lado, existen alternativas a la televisión cuyos adeptos deberían probar al menos una vez en la vida. La peregrinación hacia estos medios es un camino tortuoso hacia una meta indeterminada, pues en la actualidad es una ardua tarea escoger un medio cuyo rigor informativo esté a la altura; la crisis no se remite únicamente a los aspectos económicos, sino que también está muy extendida en los mass media. Las últimas alternativas han venido de la mano de las redes sociales, suspendidas virtualmente en ese abrumador espacio que es Internet. Su proliferación ha contribuido al desarrollo de fenómenos como el periodismo ciudadano, que, hoy por hoy, no es sino otra forma de intrusión en el mundo del periodismo al alcance de cualquiera. La cantidad es mayor, pero la calidad es peor. La interactividad es casi una exigencia a los medios tradicionales, que deben adaptar sus estrategias informativas para captar nuevos followers. Sin embargo, este número de participación periodística aún es reducido, ya que el modelo del consumidor objeto sigue siendo el ideal para el periodismo, especialmente para el televisivo.

A pesar de la tormenta, la reputación de algunos medios sigue cantando bajo la lluvia. Algunos medios impresos, pese a encontrarse en números rojos, poseen aún la vara mágica de la credibilidad, obviando los tintes ideológicos que cubren cada periódico. Las publicaciones online son una de mis herramientas predilectas, tanto por razones económicas como de tiempo y comodidad. ¡Benditos sean los smartphones! El premio de consolación, a pesar del disgusto que le supondría a Edward R. Murrow, es para las televisiones. Su decadencia no ha hecho sino ir en aumento, apoyándose en el sincretismo para aumentar audiencia, recurriendo al fenómeno de la suplantación para darle a los espectadores los finales felices que no pueden protagonizar, tiñéndose con el amarillismo y combinando realidad-ficción en un cóctel difícil de digerir en la noche. El show informativo y la ciencia ficción hiperrealista son dos sucesos que se alejan mucho del ideal que denunciaba el periodista. En efecto, nos hemos percatado del error demasiado tarde.





miércoles, 23 de octubre de 2013

Mascarilla de yogur y aguacate

No hay nada que odie más que generalizar -y mira que odio tantas cosas que me he tenido que comprar un disco duro externo para recordarlas todas-, pero hay una tendencia de moda entre las mujeres del siglo XXI, que ha llegado a desarrollar en ellas un sentimiento de total inconformismo consigo mismas y, por desgracia, he de incluirme en este nuevo colectivo de pensamientos compartidos y prefabricados. Aunque me pese reconocerlo, me he visto envuelta en la corriente de la preocupación por el aspecto físico, por conseguir el cutis de portada de revista y las piernas del maniquí de la esquina.

Que sí, que cuidarse está genial, pero sin obsesionarse. Con el paso de los años, una se da cuenta de que no existen mujeres felices con el cuerpo de la Barbie. Reconozcámoslo, no hay mayor placer que comer y, si es con las manos, mejor aún. Y sigo preocupada por el aspecto físico porque, por suerte o por desgracia, no vivo como una hermitaña perdida en el medio de la primera montaña que se me cruzó en el camino. Tampoco creo que llegue a vivir de ese modo nunca, pero la naturaleza se ha colado por debajo de la puerta para traerme un espíritu ecologista renovado. Loca por la cosmética natural y los productos DIY (Do it yourself), procuro sonreírle por las mañanas al espejo, a la espera de que algún día me devuelva la sonrisa el reflejo que me observa receloso, aún con legañas en los ojos. 

La belleza puede presentarse en todo tipo de formas, colores y tamaños. Está bien, alegra la vista y crea principales en Facebook, pero hay un tipo de belleza intangible que estamos descuidando, muy a mi pesar, y que no aparece en revistas ni en televisión. Propongo que desempolvemos la conciencia guardada en el desván y le devolvamos el brillo que tenía cuando la compramos, si es que aún estamos a tiempo. 

martes, 22 de octubre de 2013

3, 2, 1, acción

Es impresionante el papel que puede llegar a protagonizar la música en las películas co-dirigidas por el subconsciente y la conciencia del aburrimiento, que asoma descontroladamente en los fines de semana antuerpienses. En un intento de mitigar el quejido chirriante de las agujas del reloj, adormecidas por el compás insonoro de la lluvia, dos amigas deciden salir con lo puesto a atropellar peatones con sus bicis recién estrenadas o, mejor dicho, prestadas. 

Mi escena favorita es un plano-secuencia del paseo pedaleado por la Meir, la gran avenida de galerías comerciales y extravagantes maniquís que custodian las puertas de la ciudad cuando cae la noche, es decir, desde las seis de la tarde. A medida que avanzan por ella, se escucha una suave melodía desafinada en la boca de cuatro músicos callejeros que deslizan sus pies por las baldosas, contoneándose al ritmo de los Beatles. Es el clímax del corto, cuando las dos dibujan los trazos de su camino con la rueda trasera de las bicis, el pelo apartado de la cara gracias a la amabilidad del viento y los oídos deleitados con las notas de Misery. No es, ni mucho menos, la banda sonora de su película, sino esa canción que despega los dedos del suelo y les hace martillearlo. Minutos después, la melodía se apaga suavemente. Despedida por la distancia, será recordada siempre por una sonrisa fotografiada.

lunes, 21 de octubre de 2013

Love is in the air

"El efecto del amor perdura, porque la naturaleza del amor es espiritual"

Napoleón Hill (1957).

En el año 2006, más de 3.364 internautas convirtieron amor en la palabra más bella del castellano, a través de la popular encuesta en la página web de la Escuela de Escritores. Yo desconocía la existencia de dicha encuesta, por lo que mi voto no figuró entre los más de 47.000 que registró la web, pero, de haberlo sabido, tampoco habría participado. 

Amor no es más que la yuxtaposición de dos vocales y dos consonantes, una simple palabra surgida de la imperiosa necesidad de los seres humanos de ponerle un nombre a las cosas. Lo bonito, por tanto, no es la palabra, sino el significado que entraña, el sentimiento que esconde al pronunciarla suavemente, en un susurro, al oído de un oyente inquieto por el cosquilleo que azota con delicadeza las paredes de su estómago. 

Para la Real Academia Española, amor tiene múltiples significados y connotaciones, pero yo sólo le atribuyo uno. Para mí, amor es un sinónimo de felicidad, una amplia sonrisa en el corazón que queda grabada tras el paso del tiempo, de forma muy suave, como los trazos de la corriente en las laderas de la montaña, pero dejando una huella imborrable que perdura pese al lánguido paso de los años, la distancia y los caprichos del día a día. Es el reencuentro de un mismo en los brazos de la persona que te acompañará siempre en el recuerdo.

jueves, 17 de octubre de 2013

Mi musa

La historia que voy a relataros se la robé a Sibley, una joven de la veintena de los desamparados, los marginados por el trabajo imaginario de una sociedad futurista que un día construyó sus cimientos por encima de las nubes, allá donde desaparecen las estrellas. Tras ese mismo cielo grisáceo cuyos amaneceres y anocheceres fueron robados por el tiempo, esconde Sibley las ambiciones que, siendo aún una niña que construía fuertes con sus peluches para protegerse del frío del mundo, dibujó con ceras de colores en las paredes de su habitación. Ahora están demasiado altas como para devolverlas a la caja de las que salieron; me aventuro a imaginar que habrá pasado con ellas lo mismo que les sucede a aquellos globos que, en un reclamo de su libertad, huyen coloreados hasta un horizonte que acabará reventando sus ilusiones. En una ocasión, Sibley me confesó que el presunto culpable no era otro que el tiempo, y he de admitir que aún la creo; él mismo, el señor tiempo, es el que ahora me niega las horas, e incluso los años, que me permitan enmarcar la historia de Sibley. Así es como, para evitar ecuaciones temporales del tipo x días + y horas – z minutos =t años, me he burlado de él robándole un saco entero de números que pertenecen a un pasado aún por conocer.

Para presentaros a Sibley, primero he de reconocer que no la conozco en absoluto. Ella se convirtió en mi musa por puro azar, la tarde de un anaranjado domingo recubierto de hojarasca seca. Al ritmo que los árboles iban desnudándose, el sol iba apagando su brillo cegador para inaugurar el baile de las luciérnagas veloces. Vi a Sibley por primera vez cuando detuvo su camino a ninguna parte frente a una inmensa cristalera que reflejaba toda la calle, toda la vida de los niños que saltaban sobre los pequeños charcos entre baldosa y baldosa, toda la muerte escondida bajo una manta hecha de cartón. Por un efímero instante, su pequeño mundo quiso pararse, pero los empujones de la marea de transeúntes que navegaban hacia su propio naufragio se lo impidieron. Ella subió el volumen de las notas que estaban golpeando sus pequeñas orejas, en un vano intento por silenciar el quejido incesable de aquellos a los que había cortado el paso. Inmutable, como el mármol de una estatua enterrada bajo el mar, se detuvo, clavando las plantas de sus pies al suelo, mientras saboreaba cada bocanada de aire que se escondía en su garganta. El blanco de su mirada no se encontraba tras esa inmensa cristalera que reflejaba la vida de la ciudad, sino mucho más atrás, proyectada con violencia sobre la barandilla de la entrada a un subterráneo, donde estaba el destino de su viaje, en unos ojos que  vigilaban pacientemente sus pasos.


Sibley era una adolescente y una mujer. A veces, incluso llegaba a ser una niña, cuando estaba a solas con sus viejos recuerdos de recortes fotográficos y peluches empolvados. Todo en ella parecía normal, corriente, común. Sin embargo, en cada pequeño gesto que se le escapaba, se apreciaba todo lo contrario. Ni su forma de andar, arrastrando quedamente los talones de sus fríos pies -incluso en verano, bajo la arena ardiente recalentada por el mediodía, las yemas de sus dedos continuaban siendo como esas gotitas que tras años de insistencia, forman carámbanos en los más profundo de las cuevas-, ni su dulce forma de hablar con la mirada, ni su enloquecida, martilleante e incisiva forma de pensar. Nada en ella era normal y, por ello, se convirtió en la musa de mi anormal escritura. 

miércoles, 16 de octubre de 2013

NO estoy loca

La gran mayoría de nosotros estamos locos, pero bien locos. Por suerte para nosotros, somos tantos que, más que un diagnóstico, se ha generalizado un estado mental compartido, como si de un álbum de Facebook se tratara, con el fin de dejarnos campar a nuestras anchas por los prados de la insensatez y de la inmoralidad. Andamos siempre en manada, guiados por el tintineo de un suave cencerro que a lo lejos nos dice a dónde ir, cómo vestir, qué decir y con quién relacionarlos. Somos una cadena de productos descerebrados fabricados en masa, modificados en el laboratorio para arrebatarnos la opinión y la presunta democrática libertad de la que gozamos por el simple y privilegiado hecho de ser humanos. Hemos perdido el criterio, si es que algún día lo tuvimos, y el espíritu crítico que nos animaba a cuestionarnos lo que nos vendían los periódicos. Nuestras decisiones se han reducido pragmáticamente a un botón de "Me gusta" y nuestros pensamientos han de ser cómodamente leídos, como máximo en 140 caracteres, ahorrándonos hasta los puntos. 

Puntos es lo que deberían darnos en la cabeza la Seguridad Social, para cerrar la  brecha que ha separado (in)evitablemente nuestro cuerpo de nuestra mente, que se ha ido volando por tonto descuido nuestro, al dejarla mal aparcada. Como bien dijo McLuhan, "entramos en el futuro retrocediendo", pero sin mirar ni tan siquiera por los espejos. Si me viera Albertito, mi profesor de autoescuela, me arrancaría de un guantazo la licencia de pensar. 

Por fortuna para Descartes, hace mucho que dejamos de existir. Desde el momento en que adoptamos esta conducta reduccionista, politizada, eurocentrista y censuradora que ha recortado del diccionario la definición de ser humano. 

Por suerte para nosotros, contamos con una gran habitación acolchada subvencionada por el gobierno, pública y de fácil acceso: una simple dirección de correo electrónico y una contraseña que contenga al menos 6 dígitos, mayúsculas y números. 

martes, 15 de octubre de 2013

Brutal paliza

No pasó mucho tiempo desde que tu perfume abandonó mis sábanas hasta que tu olvido se quedó conmigo. Arrojé por la ventana los relojes que dictaban nuestras vidas y me encerré en una celda de recuerdos. Instantes antes de tu partida, el cielo se cubrió de un manto negro que deformó mi última realidad; segundos después, las palabras huidizas de mi mente, que susurraban incansables tu nombre al oído del viento, me golpearon hasta la muerte.

lunes, 14 de octubre de 2013

F*cking Antwerpen

8:30 Suena la alarma y se esfuman mis sueños perezosamente por debajo de las sábanas. Me acuesto de noche y el Sol se levanta algo más tarde que yo. 

9:00 Desayuno pasado por leche, tras una rápida ducha de agua ardiente y un par de minutos ojeando Europa Press mientras re-sintonizo RNE.

10:00 Primera toma de contacto con el centenar de árboles amazónicos que mis nuevos profesores me obligan a aniquilar semana tras semana. Folios y folios a medio subrayar mientras el Sol va danzando entre nubes y cristalinas gotas de agua que ensucian el paisaje y, de paso, mis cristales. 

12:30 El rugido de mis tripas me impide concentrarme en la obligada lecura del día. Mendigo por los pasillos algo de compañía en la transitada cocina de la planta baja. Un tupper al micro y en dos minutos en la boca. Entre bocado y bocado, dejo caer algún pensamiento para que lo recojan mis vecinos.

14:00 De vuelta al trabajo, tal vez en casa, tal vez en clase. Depende de si es o no mi día de suerte. 

16:00 Tres largas horas de triste lavandería, mientras la colada se marea en el tambor de la lavadora, aprovecho para rellenar los estantes de la nevera con las provisiones del supermercado más cercano. 

20:00 Corriendo a cenar para tranquilizar a mi pobre estómago, que ruge insaciable la mayor parte del día. 

21:00 Sentada en la silla de la tortura, despliego una nueva ventana, inicio sesión en Spotify y dejo que la música guíe mis dedos por el teclado como si martilleasen un piano nuevo cada día. Publico, comparto y me olvido del blog hasta el día siguiente, cuando la alarma del móvil me recuerda que tengo un pequeño proyecto que atender. 

22:30 Skype echa humo. Las interferencias del micrófono me acompañan hasta que me desmayo envuelta en el edredón. Me acuesto de noche, me levanto de noche.

Silvius Brabo




domingo, 13 de octubre de 2013

Reencuentro

Apoyada en la barandilla, interrogaba con los ojos entrecerrados los orígenes y los destinos de los viajeros que desfilaban airosamente sus maletas por la única terminal de aquél reputado aeropuerto. De cuando en cuando, ella se alejaba de la multitud de carteles y rostros expectantes para comprobar, por enésima vez, los horarios previstos de llegada de cada vuelo parpadeante en las pantallas planas. 

Veinte minutos más de insoportable espera, mientras se entretenía con las historias de un grupo de jóvenes próximos a ella, se encontró de pronto con su sonriente rostro. Totalmente desprevenida y aburrida por la tardanza, no fue capaz de articular palabra ni de torcer la fina línea de sus labios hacia arriba. Una simple mueca de sorpresa precedió a un abrazo interminable, lleno de todos los besos y caricias que no cabían en un sobre. 

Dos días más tarde, ninguno de los dos podía creer la prisa que se había dado el tiempo por desaparecer. Ambos, unidos en el mismo cálido abrazo que se habían dado nada más verse, contemplaban apenados las horas de vuelta del vuelo en las pantallas planas. Sus recuerdos saboreaban todos los momentos que en tan sólo dos días habían vivido, con un suave regusto a cariño y una pizca de melancolía. 

Apoyado en la barandilla de las escaleras mecánicas, guardaba en su retina su pequeña silueta junto al andén helado y desierto. Ella le despedía dulcemente con la mano, con ojos vidriosos llenos de promesas que habría de cumplir a la vuelta, cuando le devolvería todos los besos y caricias que no le habrían entrado en la maleta. 

jueves, 10 de octubre de 2013

Hamlet en Nueva York

Mis párpados se despertaron de un profundo letargo en el que llevaba inmersa muchos años. Todo mi cuerpo, entumecido y perezoso, temblaba inconsolablemente, como el llanto de un niño. El frío de las calles acariciaba suavemente mi piel, suspirando con un ritmo constante pero muy tenue, tan débil como el ausente latido que ya no resonaba en mi pecho. Deslicé las yemas de mis dedos por el manto nevado que cubría aquél paseo empedrado, para atraer una débil copo a mis labios cortados, teñidos de la sangre que se derramaba bajo mi largo vestido. Ni mis ojos, ni mis manos, ni mi lengua fueron sintieron el dolor del frío que recorría todo mi cuerpo, palpitando entre mis venas, congelándome minuto a minuto, según caía la noche. Las luces del Empire State brillaban con más fuerza que antes; alcé mis ojos hasta el infinito de la oscuridad, hasta la fina línea que aquella torre que minutos antes se había convertido en mi prisión. Me imaginaba la pequeña cabecita que sobresalía por la barandilla, ayudada por esas manitas que habían rasgado mi bonito vestido en un vano intento por atarme a la vida. Aún retumbaban en mi interior las palabras de ese niño, escritas en las paredes de mi corazón, que susurraban deseos que yo jamás podría cumplir. Me esforcé por retener la mirada de ese niño, antes de que la muerte me lo arrebatara: esos pequeños ojos almendrados, vacíos, ausentes, moribundos, me habían recordado tanto a Hamlet como las agudas palabras que se desprendían atropelladamente por su boquita, intentando camuflar una disculpa bajo la apariencia de una súplica. Una marea de recuerdos me golpeó al intentar huir de aquél lugar: llanto, risa, miedo, curiosidad, amor e infinito dolor, un dolor intenso que huyó con mi último suspiro.

Ofelia, de John Everett Milliais

miércoles, 9 de octubre de 2013

Periodismo mortal

El mundo en que vivimos, por Mario Vargas Llosa 
(http://elpais.com/diario/2009/08/23/opinion/1250978412_850215.html)

Interesante, crítico, esquemático y sugestivo es el artículo del novelista y ensayista contemporáneo, que reflejó en la Cuarta Página de EL PAÍS la triste mirada de una sociedad televisada, un paisaje mediático empobrecido y una política paternalista mal disimulada, que arranca una a una las flores de la ética y pisotea la moral de los consumidores. Las preocupaciones del escritor latinoamericano son el fruto de años de desarrollo tecnológico e involución mediática. Vargas Llosa, escandalizado con el caso de Wallace Souza, reflexionó en cuatro columnas sobre la decadencia del sistema de medios, enfocado desde el punto de vista de la televisión. El programa policíaco que emitía el Canal Livre dio lugar, por desgracia, a una nueva modalidad de periodismo, muy alejada de las fórmulas basadas en el Open Data o la investigación como hilo conductor de la profesión. Me refiero al periodismo mortal, una corriente que, bajo el mando del exdiputado, prescindió de la ética, el raciocinio y el sentido común. Apostó, en su lugar, por el navajazo y la “espectacularización” del crimen. Souza sustituyó el micrófono o la grabadora por el cañón de la pistola, con el objetivo de entretener a la masa de consumidores y conseguir, en primicia, las imágenes más brutales e impactantes que ninguna otra cadena era capaz de conseguir. Esta competencia encarnizada con el resto de medios es el reflejo de la mercantilización salvaje, que caracteriza la esfera mediática, llevada al extremo del precipicio. Es más, estas aberrantes prácticas periodísticas hacen que las de Murdoch se reduzcan a una mera chiquillada. Sus reflexiones sobre la visión que la sociedad contemporánea tiene de la realidad son, por ende, un espejo colocado de forma acertada, que reflecta la luz directamente a los ojos de unos consumidores que han permanecido –y permanecen, lamentablemente- en una oscuridad total, dormitando frente a la pantalla plana.

Vivimos en una iconosfera mediática, donde cada imagen es un producto y responde a unos intereses. El máximo exponente de esta sociedad icónica, mediatizada y digitalizada es el negocio publicitario, que maneja los hilos de la estructura de los grandes mass media, pero también de los trémulos nuevos medios que navegan por la red. Aunque Vargas Llosa alude a la contaminación de la televisión, el resto de medios son también náufragos agitados por una marea de consumidores con necesidades de entretenimiento y distracción. Ello explica el fenómeno de la información-espectáculo, que mezcla realidad y ficción de tal forma que es muy difícil diferenciarlas. Esto se debe a la actual configuración de los procesos de creación de contenidos simbólicos, es decir, de “creación de la realidad”, como el sincretismo y la suplantación; todo tipo de contenidos para todos los públicos y al mejor precio, gracias al abaratamiento de las tecnologías de la información y de la comunicación. 

Por fortuna, aún queda espacio –aunque sea en unas cuantas líneas en este trabajo-, para modelos de periodismo alternativo, de reciente creación, cuyo objetivo es el de posicionarse como contrapoder social. Sin embargo, sus fórmulas son ineficientes, debido a que las necesidades de entretenimiento del gran público ya están cubiertas. La “infoxicación” de los espectadores es tal que éstos sienten una especie de adormecimiento informativo. Es difícil identificar una solución viable y sostenible a largo plazo que permita cambiar la forma en que explotamos nuestra cultura de la imagen (y de la información). Y no parece que las soluciones ecológicas sean la mejor arma, como tampoco lo es la rebelión de los consumidores que propuso Hamelink. Tendremos que seguir trabajando e investigando para evitar que el informativo de las nueve se proyecte sólo en los mejores cines.

lunes, 7 de octubre de 2013

Con puño cerrado

No pasó mucho tiempo desde que el dolor provocado por sus afiladas caricias atravesó mi cuerpo, hasta que me arrancó el último suspiro que le regalaron mis labios. El suelo se convirtió en un rojizo mar de sueños rotos. Mi pulso se paró para dejar de contar los años que cada golpe me había robado y el miedo huyó para llevarse mi vida con él. Mis recuerdos se rindieron ante su violencia, pero sus ojos perdieron toda su fuerza al comprender que acababa de devolverme mi libertad y que mi alma jamás le había pertenecido. 

domingo, 6 de octubre de 2013

En el medio de ninguna parte

Las luces de la ciudad se alejaban de mí lo más rápido que podían, convirtiéndose en destellos intermitentes, cientos de estrellas fugaces lanzándose al vacío a medida que pisaba el acelerador. Ya no podía empujar más el pedal y yo quería correr más, más rápido que el sonido de sus palabras. Resonaban en mi cabeza sin cesar, atravesando mis tímpanos hasta lo más profundo de mi cerebro, que no podía parar de llorar. Las líneas de la carretera se iban difuminando lentamente, volviéndose cada vez más borrosas, más lejanas. El aire quería entrar por las ventanillas y llegar a mis pulmones para darme un respiro, pero sólo conseguía enredar mi cabello, mientras un zumbido constante bailaba en mis sienes para recordarme todo lo que había hecho mal. Dejaba atrás una casa tras otra y, con ellas, cientos de historias que jamás protagonizaría. Sin darme cuenta, el Jeep fue perdiendo velocidad poco a poco, como esa luz que se había apagado en mi interior. Me enjugué las lágrimas y le cedí un espacio al aire que se agolpaba dentro del coche, para que ocupara el hueco desamueblado en mi pecho. Inspira, espira, inspira, espira, me repetía mentalmente a mí misma, tratando de hablar más alto que él, pero su voz aterciopelada no se cansaba de repetirme que yo era una mujer maravillosa y que no le merecía. Mi corazón sólo gritaba disparates, palabras atropelladas, vomitadas, desesperadas, que ni él ni yo éramos capaces de digerir. Se fue, se esfumó de mi vida. Jugó como las olas del mar con la playa y me dejó la boca llena de arena, llorando sal y ahogando gritos bajo el agua.

Un destello de lucidez iluminó mis ojos vidriosos durante unos segundos, para darme cuenta de que me había parado por completo en el arcén. Me bajé del coche de un salto y me detuve en la oscuridad bañada por la tenue luz ocre de las farolas. El aire enfurecido que atravesaba el Jeep hacía escasos minutos se transformó en una suave brisa que acompañaba el vaivén del mar bajo mis pies. El puente se me antojó un lugar tranquilo, seguro. El vals de las olas tenía un efecto calmante sobre mí, como sus caricias por las mañanas; Sus recuerdos volvían paso a paso sobre mí, abrazándome en la oscuridad. Me quedé ahí parada, con los pies clavados en el asfalto, susurrando palabras que nunca más escucharía. Me había olvidado del dolor, pero a medida que la noche se cernía sobre mí, su ausencia escocía más. Las mariposas se habían largado, dejando a sus larvas arrastrándose por mi estómago. Los pinchazos se intensificaron, provocándome arcadas cada vez más profundas. Me sentía desgarrada, agotada, malherida. Sólo quería volver a recuperar esa paz que parecía reinar en la noche, protegida por la brisa y la espuma de las olas. Di un paso hacia la barandilla de hierro y me agarré a ella con todas mis fuerzas. Bajo mis pies, el agua parecía llamarme con suaves susurros llenos de sal que no lograba entender. Subí una pierna por encima de la fría barra y extendí las yemas de mis dedos hacia el abismo. Incliné mi cuerpo para acercarme un poco más hacia la oscuridad, para saciar mi sed y dejar que mis lágrimas murieran en el lugar donde habían nacido. Me sentía cada vez más cerca de mi destino, capaz de curarme si conseguía llegar hasta abajo. Mis dedos se estiraron todo lo que pudieron, mis piernas resbalaron furtivamente de la barandilla de hierro, pero cuando parecía a punto de conseguirlo, de separarme de mis magullados recuerdos, sentí una presión en el estómago mucho más fuerte que sus abrazos, y súbitamente me alejé de la oscuridad.

Caí al suelo, golpeándome fuertemente en el costado. Me sentí aturdida y confundida al no abrigar los fríos pellizcos que el lecho espumoso del mar reservaba para mis huesos. Yacía, por el contrario, sobre el asfalto gris que había recorrido kilómetro a kilómetro durante quien sabe cuánto tiempo. Un suave zarandeo espantó mis ensoñaciones, devolviéndome cruelmente a la realidad. Palabras suaves como el aliento del viento entraban y salían de mi mente, conviviendo escasos segundos con las de él, hasta que, finalmente, se apagaron.

Unas manos grandes y firmes me sujetaban por los hombros, mientras dos ojos negros se clavaban en los míos, en busca de alguna señal, de una respuesta que confirmase que había rescatado un cuerpo del abismo. Una sonrisa afable se dibujó en las comisuras de sus labios cuando me escuchó pronunciar mi nombre.
Horas, minutos o quizá segundos después, nos sentamos en un par de bancos de madera revestidos con una capa de cuero desgastada y roída. Una camarera bien entrada en años con escasos modales nos sirvió un par de tazas del café de mediodía. Jugueteando con la cucharita y el azucarero entre mis manos, me preguntaba qué hacía con un completo desconocido en un bar de carretera, en el medio de ninguna parte, riéndome por primera vez desde hacía meses. Aquél tipo había conseguido con dos cafés fríos y una canción de Boney M lo que ninguno de los psicólogos que me había pagado mi hermana: hacerme olvidar, aunque sólo fuese por un instante, por qué me dejó, y sin pedir nada a cambio, salvo un baile al lado de aquélla máquina de Juke Box, una auténtica joya de los años 50 que milagrosamente todavía funcionaba. Y si esa maraña de cables pelados aún era capaz de darle energía para cantar el estribillo de Daddy cool, ¿quién era yo para apagar el propio ritmo de mis pisadas?

Riendo de nada, hablando de nada, aquél tipo cuyo nombre ni me molesté en aprenderme me había hecho ver que las cosas más viejas, feas e inservibles aún son capaces de salir adelante y que las personas son como canciones; algunas nos hacen reír y otras llorar. Bailamos con ellas, cantamos con ellas, las repetimos una y otra vez hasta que nos aprendemos sus letras. Unas vienen a nosotros para acompañarnos siempre, otras simplemente se apagan y no vuelven a sonar. Pero siempre somos nosotros quienes pulsamos el botón del play o stop, rebobinamos o las obligamos a avanzar hasta el estribillo. Para mí, había llegado el momento de cambiar de disco.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Erasmus Orgasmus

Cuán extraño resulta despegar los párpados por los molestos rayitos de Sol, que se cuelan por debajo de las  deprimentes cortinas de hotel que asfixian las ventanas de mi nueva habitación, cuando creía estar dando vueltas en la ahora muy lejana vieja habitación. Sueño que sueño con caras conocidas, unas más que otras, pero, en realidad, ando dando tumbos por unos pocos metros cuadrados, deshaciéndome del polvo somnoliento, recolocando recuerdos aquí y allá, repoblando estanterías en busca de compañía.

Convivo con un constante jet-lag nostálgico que me visita cada cierto tiempo, cuando se esfuma la sensación de infinita libertad. Preciosa sensación, venerada en los libros, soñada en la mente de los humanos; ahora en mis manos por un corto, muy corto, pero maravilloso período de tiempo. La agarro en las baldas del supermercado, la mareo en el tambor de las infernales máquinas que consumen mi tiempo en la lavandería, o simplemente la cuezo a fuego lento en una cocina fría, gris, que poco a poco se va llenando de vida.

En este otoño invernal pocas cosas echo de menos, mas las que me faltan desgarran segundo a segundo las paredes del pecho ardiente por la tos incesante y el sudor de la gripe. Me faltan horas para pensar en ellas, pero me sobran metros en el suelo de la memoria.