martes, 7 de enero de 2014

Desde Roma con Amor - IV

¿Cómo era su voz?, ¿cuál era el perfume que emanaba de su cuello?, ¿cómo eran sus manos? y otros tantos cómos y cuáles me preguntaba con cada paso que él daba hacia mí. Poco a poco los fui respondiendo, sin mucho esfuerzo, pues afortunadamente él había secuestrado el gato que se había comido mi lengua. Anduvimos por la Gran Vía, Hortaleza, Fuencarral, callejuelas próximas a Malasaña sin rumbo fijo, como cuerpos errantes a la deriva de una noche fría pero tranquila. Él hablaba y hablaba y yo reía de vez en cuando, le miraba y me ruborizaba. Pensaba estar quedando como una idiota sin tema de conversación, pero lo cierto es que me gustaba escucharle, dejarle compartir su vida conmigo. 

Reemprendimos el rumbo al lugar de nuestra cita, pero antes de llegar a Colors nos paramos en la plaza San Martín, al refugio de un banco de piedra donde seguimos contándonos nuestras vidas, conociéndonos un poquito mejor, disfrutando de la compañía del otro. Nuestros hombros juntos, acariciándose; nuestras manos jugando sobre las piernas, inquietas, traviesas; nuestros ojos perdidos en el horizonte, en la gente, en la calle; nuestros labios, deseando rozarse. Y, sin darme cuenta, me encontré de pie, entre sus brazos, besándole tímidamente, despacio, avergonzada y nerviosa, con una sonrisa de idiota en la cara. Entonces él me agarró de la mano cogiéndome por sorpresa, una grata y satisfactoria sorpresa, y yo me dejé llevar aferrada a sus dedos, disfrutando de aquella noche construida para nosotros y de la suavidad de la palma de sus manos. 

Unos pasos más tarde entramos en Colors, un pub en el que yo ya había estado, pero que me pareció un lugar totalmente diferente aquella noche. Nos acomodamos en un sofá negro aterciopelado, resguardados tras una mesa coronada por una gran cachimba de sabor manzana y un par de cócteles de colores neón. Y nos dejamos llevar. Pasaron las horas acurrucadas entre besos, caricias, risas y charlas alegres y divertidas, de esas que sólo se tienen con alguien a quien conoces de toda la vida, o casi. Me sentía como si llevase meses saliendo con él y al mismo tiempo notaba las mariposas revoloteando en mi estómago, típicas de la primera vez. Podía sentir que él pensaba lo mismo que yo. Habíamos conectado desde el primer mensaje que nos enviamos, pero allí encajamos como las dos únicas piezas de un puzzle inmenso. 

Cuatro horas más tarde abandonamos aquél lugar para vagar por las calles de Madrid. Nos dejamos llevar por Ópera. Me invitó a una hamburguesa que devoré sin que él probara bocado y más tarde caminamos de nuevo hasta Callao. Ninguno de los dos queríamos hacerlo, pero nos despedimos. Un largo, profundo y tierno beso, acompañado de un cálido abrazo y la promesa de volver a vernos muy pronto. La miel en los labios, el corazón encogido y  el estómago dolorido por culpa de las mariposas. Aquella noche me di cuenta de que mi vida acababa de cambiar por completo. 

2 comentarios :

  1. El relato es genial.
    Me ha gustado mucho, transmite, y hace que inevitablemente algunos momentos vengan a la mente.
    La sorpresa del beso, la despedida, la promesa de volver a verse...
    Con la última frase lo has cerrado muy bien, me ha encantado :)

    Un besito raquel

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    Respuestas
    1. Me alegro de que te guste Martina. Un placer que te pases por aquí! Un beso!!

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