lunes, 17 de febrero de 2014

Desconexión

Hay veces que uno siente un repiqueteo en la espalda, un repentino dolor de cabeza, alguna vocecilla interna que pide un poco de calma, algo que ni unos minutos de sauna ni un par de velas parecen conseguir. A veces, la saturación es tal que nos vemos obligados a huir de la rutina, de las clases, de los coches, de la gente, de la vida y llenamos la maleta y el depósito con la esperanza de dejar nuestros demonios por el camino. Pero no se van, parece que se conocen el camino y nos siguen allá donde nos escondamos, en la montaña, en la nieve, en el agua. Subimos, bajamos, bebemos, pero nunca olvidamos y cuando nuestra escapada de fin de semana se esfuma, todo vuelve a la normalidad. 

Tres días más tarde, con la barba un poco más larga y el depósito vacío de nuevo, nada ha cambiado. La rutina sigue siendo igual de pesada y las fuerzas para combatirla cada vez menores. ¿Para qué sirven las escapadas de fin de semana si detrás siempre vendrá el lunes? 

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