martes, 18 de febrero de 2014

Lunes

Lunes. Se despierta inquieto, acelerado, con un sudor frío que empapa sus más oscuras pesadillas. Cada media hora, cada veinte minutos, cada diez. El goteo del reloj de arena descuenta sin piedad los minutos que le quedan antes de sacar un pie de sus sábanas mojadas. La noche avanza mientras se pelea con la almohada y, antes de que pueda darse cuenta, se acaba la paz de su oscuridad. Se levanta torpemente, a ciegas, cabizbajo, desnudo y tantea con la áspera palma de su mano derecha el gotelé en busca del interruptor. Con los ojos semicerrados y la luz encendida, brillante, dolorosa, se viste lo más rápido que puede. No se detiene a peinarse, no se lleva nada a la boca salvo una bocanada de aire gélido que termina por despertarle. 

Lunes. Sentado en el coche espera a que pasen las horas, sin prisa, vagabundeando por las aceras, las carreteras, las suelas de los idiotas que cruzan a la deriva. A lo lejos escucha unos tacones que apuñalan el asfalto con gracia, pero se desvanecen rápidamente en la niebla del ruido. Acaricia el volante con las yemas de los dedos, luego con la palma y después apoya ambos brazos sobre él, echando todo el peso del cuerpo hacia delante, descansando los ojos en el horizonte, en algún lugar en el que desearía estar pero al que nunca llega, no llega. 

Lunes. Se baja del coche con un portazo ensordecedor. No se ha movido, o tal vez sí, pero su cabeza se ha marchado llevándose todos los últimos pensamientos que había refugiados en ella. Pone los ojos en blanco, suspira, se sacude el cabello frenéticamente, se deja llevar por sus pasos frenéticos y descontrolados. Cinco, seis, siete vueltas a la manzana, pasea por delante de los mismos portales enrejados, encerrados, empotrados contra paredes gigantescas y heladas. La ciudad se le echa encima, pero está tan ciego que ni siquiera lo oye. 

Lunes.  Es de noche otra vez, pero ¿acaso se hizo de día? La persiana está bajada, las sábanas siguen mojadas y un montón de papeles desordenados se yergue amenazante sobre el escritorio de nogal. No ha derramado una sola gota de tinta ni ha escrito poemas ensangrentados que hablen de ella, pero sigue oyendo el vaivén de sus tacones que bailan el tango de sus recuerdos. Esconde su cabeza bajo la almohada, cubriéndose los oídos con fuerza, pero antes agarra el móvil para programar la alarma, cuando se da cuenta de que hoy es martes.

1 comentario :

  1. Los lunes para mi son los peores días,siempre los veo muy negros. Como siempre un bello texto.
    Pasate por mi blog cuando gustes.
    Un beso

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