miércoles, 5 de marzo de 2014

La vida perfecta

Desde que tenemos uso de razón, nos han estado lavando el cerebro con toallitas Kandoo para conducir al rebaño entero en la misma dirección. Con dibujos bien sencillos basados en el palo y el "redondo", han llenado nuestras cabezas de parvulario con imágenes de los deseos materiales, metas y aspiraciones que todos, como ciudadanos de la frontera, debemos tener. 

Por desgracia, ha sido bastante fácil; salvo algún pobre creativo etiquetado como edípico por los totalitaristas defensores de Freud, la mayoría aprendimos, dibujando, que la sagrada institución de la familia quedaba reducida al papá, la mamá y a "nosotros", con o sin hermano de penalti; que el sentido diario de la rutina era estudiar bajo el dominio de la LGE, la LOECE, la LODE, la LOGSE, la LOPEG, la LOCE, la LOE y la LOMCE para aspirar a un trabajo, una hipoteca y una casa de cuatro palos con tejado rojo y arbolito en la entrada; que debemos llenar la otra mitad de la cama con nuestra media naranja para exprimirla, amarla y conservarla hasta el final de sus días; que cada mochuelo a su olivo y sin rechistar, a ejercer el "derecho a permanecer en silencio".

Por suerte, en el mundo tiene que haber de todo, y lo hay. Tenemos todo un elenco de estereotipos que se pasan los prejuicios por el forro de la conciencia y saltan la valla no en busca de liberté, egalité y fraternité,  sino de dignidad, respeto y el derecho a ser dejado en paz, defendido en su día por Warren y Brandeis (los Wisin y Yandel del siglo XIX), dos que sabían que para ser democráticos, políticamente correctos y, al fin, felices, no hay que lamerle el culo a nadie. 

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